martes, octubre 17, 2023

Stalin-Beria. 1: Consolidando el poder (31): El amigo de los alemanes

La URSS, y su puta madre
Casi todo está en LeninBuscando a Lenin desesperedamente
Lenin gana, pierde el mundo
Beria
El héroe de Tsaritsin
El joven chekista
El amigo de Zinoviev y de Kamenev
Secretario general
La Carta al Congreso
El líder no se aclara
El rey ha muerto
El cerebro de Lenin
Stalin 1 – Trotsky 0
Una casa en las montañas y un accidente sospechoso
Cinco horas de reproches
La victoria final sobre la izquierda
El caso Shatky, o ensayo de purga
Qué error, Nikolai Ivanotitch, qué inmenso error
El Plan Quinquenal
El Partido Industrial que nunca existió
Ni Marx, ni Engels: Stakhanov
Dominando el cotarro
Stalin y Bukharin
Ryskululy Ryskulov, ese membrillo
El primer filósofo de la URSS
La nueva historiografía
Mareados con el éxito
Hambruna
El retorno de la servidumbre
Un padre nefasto
El amigo de los alemanes
El comunismo que creía en el nacionalsocialismo
La vuelta del buen rollito comunista
300 cabrones
Stalin se vigila a sí mismo
Beria se hace mayor
Ha nacido una estrella (el antifascismo)
Camaradas, hay una conspiración
El perfecto asesinado 


Por lo que se refiere a Svetlana, la adolescencia y primera edad adulta de ella comenzó a labrar una gran distancia entre padre e hija. Esto, como en otros muchos casos, comenzó a ocurrir de forma especial con el primer novio de Svetlana: Alexander Yakovlevitch Kapler, judío, periodista y director de cine. Fue arrestado y le cayeron cinco años, sentencia que fue luego ampliada en otros cinco años. Lo condenó el hecho de tener una hermana viviendo en Francia.

Svetlana Stalina comenzó una serie de matrimonios desgraciados y rápidamente rotos. El más escandaloso de todos fue el tercero, pues escogió casarse con un extranjero, un indio. En 1966, su marido murió en Moscú; ella acompañó el cadáver a la India y decidió no regresar. Sin embargo, retornó a la URSS en 1984; pero el país ya no era el que ella había conocido, así que volvió a abandonarlo.

El fondo de toda aquella distancia es la desgracia de la muerte de Nadezhda Aliluyeva. La diferencia de edad entre Nadia, como se la conocía en familia, y su marido, era importante. Cuando Stalin cumplió los cincuenta, Nadia todavía no tenía treinta. Se casaron cuando él estaba en la cuarentena, en un momento en el que ella era una activista del Partido altamente idealista que, por lo tanto, admiraba mucho a un alto dirigente bolchevique como Stalin. Nadezhda le dio a Stalin dos hijos: Vasili y Svetlana, Nadia decidió retomar su carrera profesional, mientras que gestionaba la dacha familiar en Zubalovo. En 1930 se matriculó en una escuela industrial para especializarse en química. Siempre procuró esconder totalmente su condición de esposa del secretario general. El secretario del Partido en aquella academia, por cierto, era Nikita Sergeyevitch Khruschev. Si hemos de creer a Svetlana Iosifovna Stalina, más conocida como Svetlana Aliluyeva o Lana Peters, es decir, la hija de Stalin, en la academia, a base de contactar con el mundo mundial, Nadia comenzó a darse cuenta de que su marido no era el infalible líder revolucionario que ella había imaginado. En los últimos meses de 1932, fue pasto de una depresión profunda. Al parecer, había tomado la costumbre de decir que todo la aburría y que nada la llenaba.

El 8 de noviembre de aquel 1932, en plena celebración del décimo quinto aniversario de la revolución, los Stalin se unieron a una cena de altos cargos del Partido en la casa de Kliment Efremovitch Voroshilov. Stalin ya llegó jodido, así pues, es posible que hubiese discutido con su mujer con anterioridad. Según Svetlana, en algún momento de la cena, Stalin se dirigió a su mujer y la conminó a beber. Bueno, fue peor que eso. En realidad, Stalin apagó un cigarrillo en un vaso de vino; entonces, le gritó: “¡Eh, tú, bebe algo!” y le deslizó el vaso. Nadia se levantó como un resorte y le dijo: “No te atrevas a llamarme !eh, tú!”, y se marchó de la mesa y de la casa. Polina Semionova Zhemchuzhina, nacida Perl Solomonovna Karpovskaya y más conocida como Polina Molotova, la mujer de Viacheslav Molotov y confidente de Nadezhda, se fue con ella y estuvo paseando por las calles del Kremlin hasta que consideró que se había tranquilizado lo suficiente. Después de eso, Nadia se retiró a los apartamentos de Stalin en el propio Kremlin. Allí fue encontrada al día siguiente, con un disparo mortal. La bala se había disparado con un pequeño revólver de su propiedad, regalo de su hermano Pavel. Dejó detrás de sí una carta llena de reproches hacia su marido.

Stalin reaccionó muy mal a aquella muerte, y peor cuando leyó la carta. Para él, aquel gesto era una traición a su persona. De hecho, todo el mundo que estaba presente pudo ver cómo, durante el velatorio civil de Nadezhda, Stalin se acercó al féretro y, tras unos segundos mirando el rostro de su mujer, hizo un gesto como de empujarlo, se apartó y ya no regresó. De hecho, jamás visitó su tumba.

Algunas versiones, que este amanuense considera más bien poco probables, apuntan a que Stalin disparó a su mujer o la estranguló y luego fingió el suicidio. Eso sí, aparentemente, en la sesión del Politburo inmediatamente posterior a la muerte de la mujer de Stalin, éste habría referido que entre el banquete y el suicidio tuvieron otro encuentro, en el apartamento del Kremlin, en el que ella se había dirigido a él de una forma, según él, amenazante. Es posible, pues, que hubiese una segunda discusión que es la que provocó el suicidio. En todo caso, todo parece indicar que la muerte de Nadezhda Stalina es uno de los temas que Stalin nunca pudo cerrar, puesto que se convirtió en uno de sus temas recurrentes de conversación durante sus últimos años. Eso sí, fiel a su forma de ser, Stalin siempre le echaba la culpa a otros.

El historiador Dimitri Volkogonov hace referencia en su biografía de Stalin a un documento aparecido en los archivos soviéticos. Se trata de una petición de clemencia que remite una tal Alexandra Gavrilovna Korchagina, prisionera el en gulag de Solovki. Esta Korchakina habría sido empleada de hogar de Stalin y habría sido encarcelada porque otro prisionero, llamado Sinedobov, también sirviente en el Kremlin, habría confesado que la había escuchado decir que Stalin había matado a su mujer. En su carta, Kornachina viene a decir que no era la única que cuestionaba la versión oficial de la muerte de su señora. La petición de clemencia fue rechazada.

Por otra parte, el suicidio de Nadia Stalina, y el complejo juego de culpabilidad y rencor que generó dentro de la sique del secretario general del Partido Comunista de la URSS, fue, muy probablemente, uno de los elementos que coadyudó a girar definitivamente el carácter de Stalin durante las últimas semanas de 1932. Iosif Vissarionovitch había sido siempre una persona solitaria y desconfiada. Pero ahora esas tendencias se quintaesenciaron. Sin una palabra, abandonó la dacha de Zubalovo, y ordenó la construcción de una nueva en Kuntsevo, donde viviría el resto de sus días. Mucho más importante que esto son los indicios de que fue por entonces, en las últimas semanas de 1932, cuando Stalin desarrolló sus ideas sobre las constantes conspiraciones contra el PCUS.

Tan cierto es esto que he escrito que una de las características de Stalin fue no librar de las purgas a las personas que le eran cercanas. Stalin no hizo nada por Alexander Semenovitch Svanidze cuando fue arrestado, a pesar de que ser el hermano de Katho, su primera esposa, y él mismo una persona que había tenido siempre muy buenas relaciones con él. Cuando Beria le pidió permiso para detener a Bronislava Solomonovna Metalikova-Poskrebysheva, la mujer de su secretario más estrecho, Poskrebyshev, tampoco hizo nada. Su secretario, que había dado por él y trabajaba para él sin fiestas ni horarios, le pidió que intercediera, y Stalin, cínicamente, le dijo que no dependía de él. Bronislava fue a prisión durante tres años y, finalmente, fue fusilada.

En diversa documentación que sería elaborada en años posteriores, el régimen estalinista establecería los últimos meses de 1932 como el momento temporal en que nació lo que se dio en llamar la conspiración trotskista-zinozievista. Esto sugiere que Stalin inventó dentro de su cabeza esta conspiración que, en realidad, nunca existió, precisamente en los días en los que estaba presionado por la situación caótica del país y la no menos caótica de sus asuntos particulares.

La gran conclusión del último tercio de 1932, conclusión que habría de causar millones de víctimas, fue ésta: el Estado comunista debe reforzarse, es decir, más dictadura del proletariado y la sociedad sin clases ya, si eso, para el futuro; y se hace necesario purgar el cuerpo enfermo del Partido Comunista. El Politburo, probablemente, aprobó esta segunda idea ya con ocasión del caso Riutin, que sabemos que Stalin se tomó muy en serio. En enero de 1933, el Comité Central aprobó la propuesta del máximo órgano en el sentido de conducir una gran purga ese mismo año; claro que lo más probable es que los lerdos que votaron aquella propuesta no fuesen capaces de imaginar que ellos mismos iban a ser objeto de esas purgas.

Con fecha 28 de abril de 1933, el Comité Central emite una circular que regula esta primera gran purga estalinista. Se creó una Comisión Central, presidida por el letón Jan Ernestovitch Rudzutak, y en la que estaban presentes Kaganovitch, Kirov o Yarovslavsky. El hombre en quien Stalin probablemente confiaba más en ese momento: Nikolai Ivanovitch Yezhov, dirigiría una red de comisiones de purga en los territorios, que clasificaría los purgados en seis categorías que, en la práctica, se quedaban en tres: desclasados y elementos hostiles que entraban en el Partido para generar desmoralización; agentes dobles, pretendidamente fieles al comunismo; violadores de la disciplina del Partido.

Pero vamos demasiado deprisa. Antes hablemos algo de política exterior e interior.

En 1933, los Estados Unidos decidieron entablar relaciones diplomáticas con la URSS y enviaron a William Christian Bullit Jr para ocupar la embajada en Moscú. En su primera entrevista en la ciudad rusa, Bullit se entrevistó con el comisario de Asuntos Exteriores, Maxsim Masimovitch Litvinov, quien le confesó que la URSS, un régimen que no paraba en su Prensa de atacar a la Liga de Naciones como un montaje francoalemán en el que la URSS no tenía nada que hacer, en realidad estaba deseando entrar en la misma. El gobierno soviético de aquellas fechas, recién terminado su Plan Quinquenal, estaba convencido de que iba a ser atacado; pero pensaba que lo iba a ser en el Este, por Japón; y por eso contemplaba su normalización internacional en la Liga como la mejor forma de asegurar sus fronteras occidentales. Litvinov incluso llegó a insinuarle a Bullit que el gobierno comunista soviético vería con muy buenos ojos que los EEUU enviasen el año siguiente a una escuadra de buques de guerra a Vladivostok y, si no podía ser, a Leningrado. Los soviéticos invitaron a Bullit a una cena de honor. En la misma, Stalin le pidió 250.000 toneladas de raíles para poder terminar el doble trazado del Transiberiano, y afirmó, en el brindis, que Franklin Delano Roosevelt, a pesar de ser un capitalista, era uno de los hombres más populares de la URSS.

De alguna manera, y aunque en ese momento fuesen pocos los que supiesen verlo, en ese brindis Iosif Stalin estaba enterrando el internacionalismo proletario o, por lo menos, lo estaba enterrando parcialmente. Lenin nunca había ocultado que el objetivo de un movimiento como el comunismo ruso, tras doblegar a la burguesía local, debería ser ir a por las burguesías de otros países. Sin embargo, ya Lenin, antes de morirse, había comenzado a matizar este principio general, pues se dio cuenta que mantenerlo sin más podía poner en peligro todo el edificio soviético. Stalin heredó esa finca, y heredó también sus consecuencias. La URSS era un país que carecía de la capacidad de defenderse; y por eso era necesario desarrollar la teoría del socialismo en un solo país; un socialismo, además, con capacidad para pactar con según qué fuerzas burguesas (es decir: los frentes populares).

En última instancia, la estrategia de la URSS debería ser poner o mejorar las condiciones para que se produjese una guerra imperialista, es decir, una guerra entre naciones burguesas. Y la mejor opción para ello, ojo con la cursiva que viene ahora, desde el primer momento, esto es, desde el primer segundo en el que el reconocimiento de los EEUU abrió la posibilidad de una normalización diplomática soviética; la mejor opción, digo, fue siempre llegar a un acuerdo con Alemania.

Fue para conseguir la audiencia de Alemania por lo que la URSS abrió conversaciones con Polonia, insinuando la posibilidad de alcanzar algún tratado de amistad y cooperación. Stalin realizó esa aproximación para que en Berlín se diesen cuenta de que existía la posibilidad de que la URSS acabase por dar por buenas las fronteras de Polonia, lo cual sería notablemente lesivo para los alemanes. La nueva Alemania que estaba ya surgiendo de la mano del Partido Nacionalsocialista contaba con el rechazo del Tratado de Versalles por parte de la URSS, que juzgaba tan radical o más que el suyo propio. Stalin contestó rápidamente a las inquietudes alemanas explicando que todo lo que pretendía la URSS era firmar con Polonia un tratado de no agresión, es decir, un pacto en el que ambas naciones se comprometiesen a no atacarse.

Stalin no sabía nada de Alemania. Apenas había pasado tres meses en Berlín de regreso de un congreso bolchevique en Londres, el año 1907. Sin embargo, lo que sí sabía era que Alemania era muy importante para Lenin. El principal acto que había permitido sobrevivir a la URSS: el acuerdo de Brest-Litovsk, era de hecho un pacto con los alemanes. En 1922, en Rapallo, Lenin había impulsado la total normalización de relaciones con Alemania, mediando el abandono de cualquier reivindicación por ambas partes. Todo formaba parte de esa estrategia mayor de la URSS de practicar una diplomacia que ampliase las grietas en el muro capitalista, provocando, en un momento u otro, una nueva guerra de la que los comunistas pudieran sacar tajada.

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